JUAN PEDRO DE LA TORRE. Publicado en Héroes del paddock junio de 2012
Irlanda, la verde Irlanda, tierra de gente noble y fuerte, acostumbrada a sacrificarse y a sufrir. Irlanda tiene una honda tradición motociclista, una larga historia marcada por la pasión por este deporte, y también por la tragedia. Joey y Robert Dunlop fueron de ese tipo de gente que vivía día a día sin darle mayor importancia a lo que hacían, por más que lo suyo era algo verdaderamente extraordinario: tenían la facultad de ser unos excelentes pilotos. Pero lo vivían con naturalidad. Cuando la fama les llegó, primero a Joey, ocho años mayor que su hermano, ésta no alteró su existencia, una vida muy familiar e íntima –Joey tenía cinco hijos, y Robert, tres-. Su notoriedad no hizo que dejara de aceptar la invitación de cualquier buen aficionado: ¡Un irlandés nunca diría que no a una buena pinta de cerveza! Así que a pesar de ser un mito viviente, no era difícil encontrarse con Joey tras una carrera en algún pub de Douglas, o en Coleraine, o en Tandagree, o en cualquier lugar del condado de Antrim tras el Northwest 200.
Los Dunlop, Joey y Robert, eran gente sencilla. Habían nacido y crecido en Ballymoney, un rincón del Ulster, y desde niños no pudieron sustraerse a la poderosa atracción que ejercían las carreras. Aunque ni el Ulster Grand Prix ni el North West 200, las dos carreras más importantes de Irlanda del Norte, discurrían por la calles de Ballymoney, no dudaron en acudir a Dundrod o a Portrush, o a Coleraine para disfrutar del espectáculo. Así que un día, William Joseph Dunlop se animó a correr. Sus padres, May y William, nunca se opusieron. Así comenzó la leyenda de Joey, un día de primavera de 1969, en Maghaberry.
Joey se compró una Tiger Cub de 199 cc por 50 libras ganadas gracias a diversos trabajos: camionero, soldador, albañil. Con el tiempo bromeaba diciendo que seguía haciendo esas labores porque formaban parte de programa de preparación física… Lo cierto es que poco a poco se ganó merecida fama en Irlanda. A los 25 años, en 1977, le llegó su primera victoria en el Tourist Trophy. Para entonces ya había ganado varios títulos irlandeses y su palmarés estaba adornado por un ramillete de victorias en todas las clásicas carreras urbanas del Ulster: Tandagree, Killinchy, Carrowdore, Skerries, Mondello, Cookstown, Temple… En 1980 logró su segundo triunfo en el TT, y comenzó su despegue. En 1982 Honda Britain confió en él, y al disponer por fin de material de primera fila pudo demostrar su valía: ganó cinco mundiales consecutivos de F-TT1, corriendo por fin fuera de Irlanda y las islas británicas.
Pero sería a partir de 1983 cuando Joey comenzó a convertirse en el gran protagonista del Tourist Trophy. Entre 1983 y 1988 ganó once carreras del TT en F-1, Senior y Junior, logrando ganar tres pruebas a la vez en 1985 y 1988. Tenía ya 36 años y estaba a un solo triunfo de igualar el récord de 14 victorias de Mike Hailwood, pero en su camino se cruzó un dúo de pilotos excepcional: Carl Fogarty y Steve Hislop. Además, en 1989 Joey se lesionó en una carrera en Brands Hatch y no pudo correr el TT de ese año. Parecía el principio del fin. Al menos, su hermano Robert, que había seguido sus pasos unos años antes, estrenó su palmarés en el TT, ganando la carrera de 125. El buen nombre de los Dunlop seguía en lo alto del podio.
Fueron años difíciles para Joey. Hasta 1992 no volvería a ganar, pero fue en la categoría de 125. Durante doce largos años, Joey sólo consiguió victorias en 125 y 250, incrementando su palmarés a base de éxitos menores. Pero eso poco importaba a los aficionados británicos, devotos entregados a la causa de Dunlop. Durante los noventa, Joey y Robert sumaron trece triunfos en 125 y 250, más otro triunfo de Robert en el Junior TT de 1991.
Inevitablemente, Robert desarrolló su carrera a la sombra de su hermano, centrado sobre todo en las categoría de 125 y 250, aunque tampoco le hizo ascos a las motos de gran cilindrada. Fue uno de los pilotos de la Norton rotativa, como Trevor Nation o Steve Spray, pero no pudo sacarle mucho rendimiento a aquella moto.
Aunque Joey y Robert seguían prodigándose en las carreras irlandesas, con éxitos frecuentes, el Tourist Trophy se convirtió en su principal objetivo, pero los noventa fueron años duros para los dos. Joey no conseguía brillar en F-1 ni en el Senior, su «territorio natural», mientras que Robert, además, sufrió un terrible accidente en la carrera de F-1 en 1994 al romperse la llanta trasera de su moto en una rapidísima zona antes de Ballaugh Bridge. Dos años tardó en recuperarse Robert, pero no volvería al TT hasta 1997, y siempre con limitaciones, pero a pesar de ello logró su última victoria en el TT, la quinta, al año siguiente, en 125.
La pesadilla de Joey se mantenía. No conseguía disponer de material suficientemente competitivo con el que frenar a la nueva hornada. Con Hislop y Fogarty alejados ya del TT, ahora eran los Rutter (hijo), McCallen y Jefferies los que frenaban sus aspiraciones. Tenía que correr con su Fireblade contra una hornada de rugientes y veloces R1. Un año tras otro Joey seguía sumando triunfos, alargando el récord de victorias, pero uno tras otro se le negaban donde más lo deseaba: en F-1 y el Senior. Hasta que en 2000 logró que Honda UK consiguiera para él un motor oficial de la VTR SP01 de Aaron Slight. Y Joey volvió a volar. Ganó en 125 y 250, como casi siempre, pero consiguió también el triunfo en F-1, doce años después de su última victoria. Phil McCallen, el único hombre en la historia del Tourist Trophy que ha ganado cuatro carreras en una sola edición, decidió no correr debido a los problemas de espalda que arrastraba por una lesión. Retirado en casa comentaba satisfecho: «Estoy contento de no haber corrido este año. ¿Cómo podría regresar a casa diciendo que me ha ganado un hombre de 48 años, cuando se supone que soy un buen piloto?».
Joey volvía a estar completamente satisfecho y feliz. Cuatro semanas después viajó a Estonia, cumpliendo con su ya ritual habitual de carreras. Y en Tallin, en esa insignificante carrera internacional de 125, una mala caída acabó con su vida. Había disputado 101 carreras en la Isla de Man, y cientos de carreras más en escenarios aún más infames, pero el destino le aguardaba en una prueba olvidada, lejos, a orillas del Báltico. Su muerte conmocionó a todo el motociclismo, y en toda Irlanda, en el Ulster especialmente, se sintió como una tragedia nacional.
Robert no dejó las carreras. A pesar del dolor por perder a su hermano, su guía en tantos años de carreras, y a pesar de sus propias limitaciones físicas siguió compitiendo, cumpliendo cada mes de junio con su cita con el TT en 125, hasta que en 2004 disputó su última carrera. Fue segundo en su despedida. Y a final de año anunció que dejaba las carreras, más obligado que por propia voluntad: los problemas en su pierna requerían una nueva operación.
Robert, como Joey, era un tipo con casta. No pudo resistirse a la llamada de las carreras una vez más. En 2006, con 45 años, decidió enfundarse de nuevo el mono. Aparentemente, con un sentido más relajado, y con la intención de ayudar a sus hijos Michael y William, que habían decidido mantener la tradición familiar. Pero Robert siguió siendo competitivo en las ratoneras carreras de Irlanda, sin renunciar a citas más comprometidas, como el Ulster GP y la North West 200. Y allí, en Coleraine, no lejos de donde echó raíces en el mundo de las carreras, Robert, como marcado por un estigma maldito, se encontró con un destino trágico: sufrió una caída a altísima velocidad al chocar contra la moto de un competidor que cayó delante de él.
Michael y William rodaban no lejos de su padre y comprendieron la gravedad del accidente. Horas después, en la noche del 15 de mayo, Robert falleció. Dos días más tarde, sus hijos tomaban la salida en la carrera de 250 para homenajear a su padre. Michael ganó tras una dura pelea con Chris Elkin y John McGuinness. Imaginad la cantidad de sentimientos encontrados que pasaron por su mente: «Mucha gente adoraba a mi padre por sus éxitos, pero no hay nadie que lo adore más que su propia familia, y no tanto por sus éxitos como por haber sido padre, marido, hermano e hijo», dijo Michael con lucidez.
No puedo evitar repetir las frases cerraban el obituario dedicado a Robert Dunlop en su momento: Ahora Michael y William Dunlop, dos hermanos de nuevo, continúan escribiendo la historia de una mítica familia, entre el dolor y la gloria, en un complicado equilibrio, como el que mantienen todos los pilotos que compiten en estas contradictorias y anacrónicas, pero bellísimas, carreras de Irlanda y el Reino Unido.
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